Por Andy Stanley.- Supongamos que tú tengas siete tarjetas de crédito en tu bolso o en tu billetera, y pierdas una. ¿Acaso no dejarías las otras seis para ir a buscar la tarjeta perdida hasta encontrarla? ¿Hace poco a mí se me perdió una tarjeta de crédito y ni una sola vez saqué la que no había perdido para obsesionarme con ella. No sentí urgencia de ninguna clase con respecto a mi tarjeta de crédito que no se me había perdido. No llamé a una sola persona para decirle que todavía tenía mi tarjeta de American Express. Pero sí comencé a llamar a todas partes, a ver si alguien había visto mi tarjeta de MasterCard que se me había perdido. Cuando perdemos algo importante, nos obsesionamos con lo que hemos perdido; nos preocupamos por esa cosa perdida. Mayormente, es en eso en lo que pensamos. ¿Recuerdas la última vez que no podías encontrar tu teléfono móvil? No te consolaban todos los demás aparatos electrónicos que no habías perdido y tenías regados por toda la casa, ¿no es así? Estabas entregado a una misión. ¿Por qué? Porque habías perdido algo importante.
¿Cuál es la obsesión de tu iglesia?
¿Qué es lo que preocupa a tu iglesia?
Las iglesias para la gente de iglesia se obsesionan con las cosas más frívolas y carentes de importancia. Por eso les tienes temor a las reuniones de tu junta, a las de tus ancianos y a las de tus comités. Son raras las veces que hablan de algo importante. Estás administrando a una gente que no está perdida. Ya sé que te preocupa la gente perdida en el fondo de tu corazón. Pero, ¿te preocupa también en tu agenda, en tu programación, en tu estilo al predicar, o en tu presupuesto? ¿Sabes cuánta es la diferencia que marca ese interés que siente tu corazón en la vida de alguien que se halla lejos de Dios? Ninguna. Ninguna diferencia. Tu padre te amaba en su corazón. Pero el amor que ponía en su agenda era el que cambiaba las cosas, ¿no es cierto? ¿De veras te quieres pasar el resto de tus años en el ministerio sintiendo algo sobre lo cual no sabes nada?
Espero que no.
¿Sabes lo que yo hice cuando por fin encontré mi tarjeta de crédito perdida? Llamé a mi esposa y le dije: «Regocíjate conmigo: acabo de encontrar la tarjeta de crédito que se me había perdido». No tengo necesidad de decirte de qué forma concluyó Jesús cada una de sus tres parábolas acerca de cosas perdidas. Tú sabes lo que él dijo. ¡Hasta lo has enseñado! De hecho, estás pensando ya en usar esta ilustración de la tarjeta de crédito en un mensaje ahora mismo, ¿no es cierto?
Jesús dijo que había más regocijo en el cielo por la gente acabada de encontrar, que por la gente que no se ha perdido durante largo tiempo. ¿Te agradaría saber por qué no hay tanto regocijo en tu iglesia? Porque es una iglesia repleta de gente encontrada.
Vamos. ¿En verdad te quieres pasar la vida administrando lo que estaba perdido, y descuidando lo que aún sigue perdido?
Así que, con respecto a mi ilustración de la tarjeta de crédito, tienes mi permiso para usarla. Pero bajo una condición valiente. Al final del mensaje, le tienes que decir a tu iglesia que vas a comenzar de inmediato a evaluar todo lo que se hace en la iglesia, y cuanto dólar se gaste en ella, pensando en la persona perdida, en lugar de pensar en las noventa y nueve halladas. Entonces, te tienes que sentar con los que influyen sobre el resto de la iglesia para crear un plan de transición. Si no estás dispuesto a hacer eso, entonces te vas a tener que buscar tu propia ilustración.
Me he pasado toda la vida en la iglesia. Así que sé que aunque no estés dispuesto a reorganizar a tu iglesia alrededor de la Gran Comisión, seguirás viendo que algunas personas vengan a la fe. Los padres insistirán en que se bautice a sus hijos. Tu santuario se seguirá llenando el domingo de Pascua.
Pero no fue para eso para lo que te metiste en esto, ¿no es cierto? ¿Recuerdas cuando le dijiste que sí a Dios? ¿Recuerdas cuando él interrumpió tu vida y te llamó cuando eras adolescente, estudiante en el colegio universitario o líder en el mundo de los negocios? Tenías sueños. Querías dejar tu huella en el mundo. Tal vez haya llegado el momento de soltar lo que estás haciendo en estos momentos para abrazar lo que fuiste llamado a hacer originalmente. Y en cuanto a esa excusa que acaba de aparecer en tu mente, ignórala por el momento. Limítate a soñar un poco. No te va a costar nada. Piensa en aquellos tiempos en los que luchaste con Dios sobre si era cierto que el ministerio era tu futuro. ¿Los recuerdas?
Fuente: LiderVisión